jueves, 12 de septiembre de 2013

Un día extraño


Un cuento de los chicos de 6º: "Un día extraño"



Un día extraño

Me levanté como todos los días, pero más contenta que de costumbre. Era el último día de clases y a la salida del cole me iba con amigos a una cabaña del campamento de música.
Viajamos en la camioneta de Mía, la hija de Marcos, el dueño de la cabaña. Durante el viaje, al principio, estábamos todos callados, menos el sector de los ruidosos, o sea, los chicos. Luego comenzamos a charlar y a cantar todos. Después, nos cansamos de cantar y decidimos contar historias de suspenso.

De repente, se quedó la camioneta. Descendimos y nos fijamos si había algo que la frenaba, pero no. Decidimos explorar los alrededores. Caminamos un rato por unos senderos extraños y oscuros que se iban adentrando en un bosque espeso y lleno de ruidos escalofriantes. De pronto, resbalamos y nos caímos en un pozo.
El pozo estaba oscuro, con piedras alrededor y mucha tierra. Por suerte nadie se lastimó. El novio de Mía tenía unas sogas que nos sirvieron para poder salir de ese lugar. Le hicimos piecito a la más alta de nosotras que logró atar la punta de la soga a un palo. Después, fuimos subiendo la pared empinada uno por uno. El último fue uno de los chicos ya que era el más fuerte.

Cuando pudimos salir, todos estábamos nerviosos, hasta que nos tranquilizamos un poco. Decidimos acampar en un claro del bosque y nos dormimos. Al despertar, me pareció ver y escuchar pasos que iban y venían. Me agarró miedo, pero tomé valor y salí de la carpa para observar qué era sin despertar a los demás.
Cuando salí, grité muy fuerte porque vi algo muy raro, enorme, peludo, con dientes filosos, orejas chiquitas y, con ojos grandes y negros que me miraban fijo. Esa rareza cada vez respiraba más fuerte; no me hizo nada, pero me había asustado. Los chicos habían salido de sus carpas casi corriendo, y agarraron palos para atacarlo. Al verle los ojos tristes que tenía la “bestia”, los frené, justo antes que lo golpearan. Caminé de a poco hacia ella y despacio, acerqué la mano, la acaricié. Todos me miraron como si estuviera loca. Cuando la dejé de acariciar y, me di vuelta, ella había desaparecido.
Nadie se quería quedar ahí, por lo tanto, desarmamos las carpas rápidamente. Fuimos hasta la camioneta y retomamos nuestro camino. Estuvimos callados hasta que llegamos a la cabaña.
Nadie habló nunca más de lo que habíamos visto. Aún teníamos dudas si lo habíamos soñado o había sido real.

ROCÍO PIÑERO